sábado, 29 de septiembre de 2012

Comentario en Amazon, 5 estrellas.

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No soy muy aficionada a leer historias de Romance magico-ancestral medieval,donde predomina la magia lo etereo, lo astral, etc,etc.Pero esta historia me cautivo de principio a fin, primer libro que leo de este autor, buscare por otras obras, asi que lo recomiendo y espero que lo disfruten siempre y cuando el romance, la pasionnnnncargadita, etc, etc los emosione y demas :)

jueves, 13 de septiembre de 2012

La campanilla de la puerta atrajo la atención de Thara. Su sonido la sobresaltó cuando se dirigía a la cocina. En los últimos días sus nervios estaban demasiado alterados. Marcus y los gemelos no salían de la biblioteca y ninguno le decía dónde estaba Lucien. Cada vez que se acercaba  y le preguntaba por él, ellos o le daban evasivas o la mandaban a dormir. Estaba perdiendo la noción del tiempo con tanto dormir. Ya había descubierto que eso que ellos le hacían no era normal pero casi se había acostumbrado. No obstante ya no sabía si era de noche o de día. Por suerte, la despertaban cerca de las comidas. Y eso era lo que iba a hacer, comer y conversar un poco con alguien.
La campanilla volvió a sonar y esta vez con más insistencia. Thara miró hacia la puerta y luego hacia la cocina por donde Edward debía venir. Nadie acudía a la llamada.
¿Dónde estaba Edward?
La llamada a la puerta se repitió. Debía ser  importante si no desistían, pensó y  miró de nuevo hacia la puerta y hacia la cocina, dudosa. Tomó la decisión de abrir ella misma.
—Lady Barlay, tenemos una orden de arresto de su majestad el rey contra la persona de  su esposo, Lord Barlay, acusado de traición y herejía —le soltaron de improvisto nada más abrir la puerta. Mientras el hombre hablaba, Thara se fue fijando en los cinco hombres que había delante de ella vestidos con el emblema de la casa real.
—¿Cómo? Se han equivocado…yo no… ¿De arresto?¿Por   qué? —Thara no podía dar crédito a las palabras que le habían dicho, aunque las entendía perfectamente. Se le acusaba de herejía, ¿por ella? Y de traición ¿por darle cobijo? Su semblante perdió todo el color y se tornó blanco.
—¿Lady Barlay?— la pregunta vino de un hombre oculto entre el escudo humano que formaban los soldados.
—No… Thara Davenport — contestó aturdida aún por la orden del rey.
—Thara… Davenport— aquellas palabras no eran una repetición de su nombre, ni una confirmación de que no era la esposa del conde, era una sentencia.
Thara reconoció aquella voz incluso antes de ver al hombre que se abrió paso entre la guardia real. Cada poro de su piel se erizó de temor. Ni siquiera podía huir, sus piernas se habían quedado paralizadas de miedo.
—Tú… aquí —murmuró asombrado Rowland mientras se acercaba a ella—. Me alegro mucho de volver a verte… Thara.
No pudo abrir la boca, el miedo se había tragado sus palabras.

En la biblioteca…
Demasiada gente a mi funeral —  exclamó Lucien cuando al entrar en la sala encontró reunidos a su hermano, a los gemelos Blackstone,  su viejo mayordomo y su joven ayuda de cámara.
—Lucien… — gritaron al unísono.
En tropel, abandonaron la mesa en la que se había servido el desayuno y corrieron a su lado.
El abrazo de Marcus fue tan efusivo que casi le asfixia.
—Bueno, bueno, chico — le calmó Lucien intentando que su voz no mostrara la emoción que aquel abrazo le había producido.
—Ya sabía yo que bicho malo nunca muere – bromeó Iam.
—Ni la muerte lo quiere – se burló Darius, palmeando su espalda.
—Milord, no se imagina cuanto me alegro de verle – le saludó Edward limpiando sus lágrimas.
Lucien pasó su mirada por la sala, después se quedó quieto.
—Está arriba. Ha estado algo indispuesta… — contestó Marcus, no podía explicarle lo que había pasado  con ella. Marcus contuvo la respiración unos segundos y después suspiró aliviado. Si Lucien no había protestado en que no había leído su mente.
—¿Cuánto tiempo llevo fuera?
—Dos días – contestó Darius.



En la puerta…

—Jamás olvidaré tu piel en mis manos, tu sangre resbalando por ellas— le susurró Rowland al oído. El recuerdo del miedo y la suplica en tus ojos todavía me hace estremecer de placer—el escalofrío que recorrió el cuerpo de Rowland fue visible hasta para Thara que intentó escapar pero sus espalda dio con la pared. Rowland agarró la mano de Thara y se la llevó a la entrepierna aprovechando que ahora estaba de espaldas a los soldados y nadie vería nada—. Mira como me pone solo el recuerdo…
—Rowland— le llamaron a su espalda.
El deber le reclamaba, sin embargo se regocijó en pensar que pronto volvería a ser suya.
—Ella es la prueba viviente de la traición de Barlay— gritó apartándose de ella para que los soldados la vieran.
Thara no tuvo tiempo de defenderse, la mano masculina sujetó el escote de su vestido y tiró de él hacia abajo, rompiendo a girones la tela. Sus hombros y sus pechos quedaron al descubierto.   
La mente de Thara se había trasladado a otro lugar, a otro tiempo.
— Disfrutaré como nunca con este precioso cuerpo. – le dijo al oído mientras sus manos apretaban con demasiada fuerza sus pechos desnudos.
Thara luchó por zafarse de aquellas manos pero no podía hacer nada, tenía las manos atadas al techo y las piernas inmovilizadas por grilletes.
Aquel hombre la rodeó y tomó en sus manos sus nalgas. Ella quería gritar pero sus labios se negaban a dejar salir ningún sonido. El terror tenía paralizado todo su cuerpo. “
Rowland la giró bruscamente para mostrar  a los hombres que esperaban en la calle el hombro derecha y la marca de la cruz grabada en ella.


Mientras en la biblioteca…
Tanto tiempo, a él le había parecido apenas unas horas. Miró hacia arriba, podía sentirla en la casa pero su mente estaba bloqueada, como también lo estaba la de Marcus.
—¿Qué le habéis dicho?
—No ha sido fácil… – comenzó a decir Darius.
—Ella no nos cree. Le hemos asegurado mil veces que estas bien y que volverás, pero ella no nos cree …– siguió explicando Iam.
—Cree que le hemos mentido y que estás muerto – añadió su hermano.
Los ojos de Lucien se abrieron desmesuradamente.
—Ella lloraba y lloraba y nosotros…
—¡Qué le habéis hecho! – al terminar la pregunta, de Lucien solo quedaba el eco de sus palabras.


—Yo mismo la juzgué —gritó  Rowland a los soldados—.Aguantaste muy bien, me hiciste disfrutar más que ninguna— susurró para Thara.
Un grito escapó de su garganta cuando la hoja del cuchillo cortó su piel en el interior del muslo. La expresión de placer del hombre que la había cortado la dejó sin aliento. Vio las manos masculinas llena de sangre y las sintió manosear nuevamente sus pechos llenándolos de  sangre.”
El grito de asombro de los hombres del rey se confundió con la suplica de Thara.
 “Con sus manos manchadas de sangre siguió acariciando el desnudo cuerpo de la joven. Manosearon los delicados pechos, el rostro de Rowland mostraba placer, el de ella estaba desfigurado por el miedo, la furia y la repulsión. Rowland tomó en sus manos hebras del cabello de la mujer, tiñendo su ocre con el rojo de la sangre. Thara levantó la cabeza y le miró horrorizada. Sus  ojos miraron directamente a Lucien.”
—Lucien… —consiguió articular aunque no estaba segura de haber pronunciado sonido alguno.


El cuerpo de Lucien apareció junto a Thara. Sus ojos miraron a Rowland sin percatarse del estado de ella. Tan solo importaba Rowland.
 —Laverty, he de admitir que tienes buen gusto con las mujeres – le saludó Rowland — Es tan fiera contigo como lo fue conmigo.
Si la sola presencia de Rowland ya había vuelto los ojos de Lucien rojos de furia, aquellas palabras desataron del todo la cólera de Lucien. Su cabeza giró anormalmente para enfrentar a Rowland. Sus ojos brillaban con el rojo de la sangre en ellos, su rostro se desfiguró cuando el poder del berserker se desató en su interior. 
—No… lo quiero para mí. – se dijo Lucien a sí mismo, intentando calmar al guerrero que  luchaba por ver la luz y acabar con el individuo que tenía enfrente.
Thara observaba aterrorizada no solo a Rowland sino también a Lucien que respiraba fuerte y ruidosamente, resoplando.
Toda la magia, todo el poder de Lucien se estaba concentrando en él. La rabia, la furia estaban alimentándolo.
—Thara… vete de aquí —ordenó Lucien.
Los soldados del rey congregados en la puerta se colocaron en posición de combate.
Rowland intentó resguardarse entre ellos.
Lucien soltó una carcajada al conocer las intenciones de Rowland.
 —Ni lo sueñes – le advirtió—. Llevo una eternidad esperando tenerte en mis manos. El resto para ustedes —les indicó a sus hermanos al sentir su presencia a la espalda.
—Los soldados son míos— señaló Iam.
—¿Todos?— preguntó Marcus.
—No sabéis de lo que soy capaz — se rió Iam y extendió la mano hacia ellos, los soldados se movieron hacia Iam.
Edward le echó el brazo por encima a Thara mientras la acompañaba lejos de los hombres. Thara se refugió en los brazos del anciano mayordomo y rompió a llorar.    
Lucien levantó a Rowland del suelo sin ni siquiera acercarse. Rowland pataleaba asustado mientras permanecía suspendido en el aire. Nadie le estaba tocando y sin embargo sentía que le estaban estrangulando. El hombre se llevó las manos al cuello, queriendo apartar aquello que le estrujaba la garganta impidiéndole respirar. Manoteaba el aire y se rasgaba su yugular  sin conseguir nada.
Lucien permanecía impasible, sereno, mientras mentalmente estaba estrangulando a Rowland, pero no lo mataría así. Tenía que sufrir más. Cesó su apretón, en el último momento, permitiéndole a Rowland volver a respirar por tan solo unos instantes antes de que su mente volviese a cortarle la respiración apretando su corazón.
—Ahora soy yo el que siente placer con tu dolor. ¿No te gusta estar del otro lado, Rowland? – le dijo acercándose a su oído—. Dime, ¿no compartes mis gustos? ¿Qué se siente cuando te torturan para obtener placer?
Aquellas palabras trajeron a la mente de Rowland el recuerdo  de Thara. Lucien gruñó.
—Marcus, llévate sus recuerdos de Thara. No quiero que los conserve ni aún muerto — lo de Lucien no era una petición.
Marcus cercó con sus manos la cabeza de Rowland y sin ningún cuidado por su cordura, buscó los recuerdos. Su semblante se fue contrayendo con cada escena que extraía, horrorizado por los actos y los sentimientos de ese hombre. Durante todo el proceso, Lucien mantuvo a su cautivo suspendido y al borde de la muerte.
Rowland intentaba hablar pero no podía, su boca se abría y se cerraba sin poder siquiera coger aire. Sus ojos se salían de sus órbitas debido a la presión que estaban ejerciendo sobre su corazón.
—Ahora termina —le dijo Marcus cuando se hubo retirado.   
 Lucien apretó los dientes y sus dedos se curvaron en garras mortíferas, muy a su pesar, acabaría con aquel monstruo pronto. El gruñido de irritación que escapó de sus labios indicó a su hermano lo desacuerdo que estaba con él  y desapareció ante Marcus llevándose a Rowland. Tenía en mente el lugar perfecto para acabar con ese miserable.
Le tiró como la basura que era en cuanto se materializaron en la cueva. La luz brotó de sus manos para mostrarle  donde estaban.
—¿Conoces el lugar? — preguntó Lucien.
—Esto… yo no… ¿Dónde?—balbuceó aterrado Rowland mientras se alejaba de Lucien arrastrándose por el suelo. La visión de su enemigo con las manos envueltas en llamas y los ojos refulgiendo fuego no presagiaba un buen final.
—No, claro, ya no conoces este lugar. Marcus se encargó de ello —se burló Lucien.
—Barlay… —suplicó Rowland.
—Yo haré que lo recuerdes como el lugar de tu muerte.
—No, te lo ruego, Barlay… Hablaré con el rey…
—La última vez que estuviste aquí, disfrutabas con los ruegos de ella…
—Te estas equivocando… yo no…
Rowland seguía retrocediendo sobre las cenizas del suelo, Lucien avanzando sobre las huellas de lo que dejó allí.
—Buscabas brujas y has hallado un brujo. ¿Qué pasa no te gusta el cambio?
—¿Tú? Tu eres el diablo… — acusó Rowland en un último intento de defenderse.
—Para ti lo seré.
Y el diablo arrojó fuego de sus manos hacia su víctima y esperó impasible hasta que los gritos cesaron y el fuego consumió hasta la huella.
—Lucien, ¿Y Rowland? —preguntó Marcus cuando su hermano apareció en la casa.
—Donde nunca debió estar. ¿Y los soldados?
—Iam se ha encargado de ellos. Vinieron porque el médico identificó tu emblema en el caarrujae que llevó a las mujeres…
—Marcus…— interrumpió Lucien a Darius—. ¿Cómo fuiste tan descuidado?
—No estaba en mi mejor momento, una espada había atravesado el corazón de mi hermano ante mis narices.
—Iam ha implantado el recuerdo de otro emblema. 
—Bien, entonces solo me resta una cosa, comprobar si odiaré la inmortalidad que me han dado por estar condenado a amarla toda la eternidad.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Cap 1

Londres, Inglaterra.

Aquel nunca había sido uno de sus dones. Podía leer el pensamiento de los demás si lo buscaba, pero jamás un contacto accidental había hecho algo así.
Buena noche, Barlayle felicitó Rowland caminando hacia la salida del club.
Tan solo fue un cordial saludo. Una simple palmada en la espalda para felicitarle por una buena partida de cartas y todo su ser se encogió ante el estruendo de imágenes que invadieron su cabeza.
Lucien Laverty, conde de Barlay, no pudo contestar, se había quedado paralizado. Mudo por la crueldad de aquellas escenas.
Todos los miembros del club conocían la inclinación de Rowland por golpear a las mujeres. No era ningún secreto, pues él mismo se jactaba con frecuencia de ello. Sin embargo, lo que Lucien había visto, iba más allá de una actividad sexual.
Nadie le vio recorrer en un solo paso los casi diez metros que ya le separaban de Rowland. Amparado en la escasa luz de la entrada al club de la calle St James y ayudado por las borracheras de la mayoría de los miembros que lo abandonaban, Lucien utilizó su magia para recuperar los segundos que el atropello de imágenes sin sentido le habían hecho perder. Buscó un segundo contacto.
Rowland estaba subiendo a su carruaje cuando Lucien se abalanzó sobre él, en un tropiezo fingido. Necesitaba algo más que el contacto de una palmada. Con sus dos manos apoyadas sobre la espalda de Rowland,  se empapó de aquellas escenas que segundos antes solo había vislumbrado.
— ¿Pero qué diablos?… ¡Barlay!—le reprendió Rowland enfurecido, sacudiéndose de encima las manos de Lucien como si fuese a mancharle.
—Creeo… que  me… iré…  a  dormir—le contestó Lucien arrastrando las palabras, en un intento de parecer tan borracho como los demás.
Rowland ni siquiera se molestó en contestar. Seguía empeñado en deshacerse del contacto de  Lucien. Sus manos seguían sacudiendo el lugar donde él le había tocado. Con una mueca de asco en su rostro, entró en el carruaje y golpeó el techo, indicándole al cochero que podía partir, poco le importaba un conde borracho.
Lucien, se irguió, se colocó su capa sobre los hombros y caminó hacia la oscuridad de la noche.  Hacia  las sombras producidas por las mansiones y los callejones. Ya tenía lo que buscaba. Nada le retenía en ese lugar. Así que se dejó llevar por el viento y sus moléculas se separaron hasta desmaterializar su cuerpo.
Sus células volvieron a unirse formando un cuerpo sólido en la biblioteca de su mansión. Nada más tomar consistencia su mente vagó por los recuerdos que había absorbido de Rowland.  
 “—No, he hecho nada…  por favor suélteme.
Bruja, eres una bruja… confiesa le gritaba Rowland.
Ahh  el grito de la joven desgarró el silencio. Rowland había golpeado su espalda con un látigo. Una segunda sacudida estremeció el cuerpo de la joven antes de desmayarse.
Esperad a que despierte  ordenó Rowland —. Mientras seguid con las demás.”
Las imágenes se  cortaron. Lucien terminó de dar un paso. No se había dado cuenta de que se había detenido. La escena le había inmovilizado. Tomando todo control de su cuerpo. Respiraba con lentitud y profundamente.
Una copa, necesita un buen trago, se dijo. Caminó hacia la mesita con las bebidas y tomó una botella de whisky y un vaso. El líquido ambarino descendió de un golpe por su garganta. Se ahogaba. Necesitaba otro. Volvió a llenar el vaso y a vaciarlo con rapidez.
Esta es mía—. Las manos de Rowland acariciaron la piel ensangrentada a causa de  las heridas. Sus ojos se cerraron, mostrando placer por el contacto. Con sus manos manchadas de sangre, siguió acariciando el cuerpo desnudo e inerte de la joven. Manoseó los delicados pechos. El rostro de Rowland mostraba placer, el de Lucien repulsión. Siguió contemplando, como espectador involuntario, las manos de  Rowland pellizcando los rosados pezones de la mujer, cubriéndolos de rojo. Los ojos de Lucien siguieron el camino de una gota de sangre que resbaló por el vientre femenino y se perdió en su ombligo. Tan solo había parpadeado y en ese tiempo, ese diminuto camino había sido extendido por la asquerosa mano de Rowland.  La joven levantó la cabeza y le miró horrorizada. Sus ojos verdes cristalinos, miraron más allá de su torturador, más allá de todo cuanto veía
Miraron directamente a los ojos de Lucien y rogaron la muerte.
Sacudió la cabeza y la imagen desapareció de su visión. Esos ojos miraban a Rowland, se dijo, tenía que ser así. ¿Cómo iban a mirarle a él?
Inclinó la botella para llenar el vaso de nuevo, pero no había botella, ni tampoco vaso. Los cristales estaban incrustados en su piel. Había apretado con tanta fuerza sus manos que la botella  y el vaso se habían  hecho añicos. Se miró las manos, temblaban. Sus músculos estaban tan contraídos que su piel estaba pálida y los cristales atrapados entre ellos. Tiró con fuerza de un trozo. No sentía dolor ninguno en la mano aunque la herida era profunda. Observó hipnotizado el descenso de una gota de sangre que se escurrió del cristal y volvió al interior de su cuerpo. Ni una gota abandonaría sus venas, en cambio en ella no era así. La sangre humana se derramaba en cada herida. Rowland había extendido ese líquido rojo por todo su cuerpo con un deleite monstruoso.
—Puedo estar así todo el tiempo que deseesle susurró con lascivia al oído. Disfrutaré cada segundo. Rowland acompañó sus palabras con un movimiento de cadera que colocó su miembro erecto junto a la pierna femenina. Las cadenas rugieron cuando ella intentó apartarse.”
La escena desapareció de su cabeza y Lucien veía de nuevo sus manos. Cerradas y  con los cristales sobresaliendo de ellas a través de su piel. Por un momento, pensó en su hermano. Solo Marcus era capaz de crear imágenes sobre la palma de la mano. Observó su puño, no su palma. La única imagen allí estaba en su cabeza.  Tiró de un nuevo trozo de la botella sin ni siquiera abrir sus  dedos. En aquellas manos no había dolor ni sangre.  Abrió los puños y miró, extrañamente sosegado, los restos de la botella y del vaso que aún estaban en él. La herida producida por la extracción del anterior trozo ya había cerrado, y la otra llevaba el mismo camino. Uno a uno se quitó los cristales y los arrojó al suelo. Los contempló a sus pies, sobre la alfombra. Todos limpios, sin una mancha roja.
“—No me importa si confiesas o no. Puedo mantenerte viva durante días. Tardaré mucho en cansarme de acariciar este precioso cuerpo.
Las palabras de Rowland se mezclaban con el rechinar de los grilletes. La única protesta de ella. De sus labios no saldría ni una palabra de suplica, no le daría ese placer. Sus ojos le miraron desafiantes y Rowland le apartó la mirada con un bofetón en la mejilla. Los dientes de ella mordieron la comisura de sus labios tragándose la sangre.
Eso es míogritó Rowland, apoderándose de los labios con su boca en un beso posesivo y doloroso.
Los ojos de la mujer se movieron buscando. Cuando hallaron lo que buscaban, una lágrima rodó por su mejilla.”
Lucien dio un paso atrás sorprendido. Sus ojos lo habían buscado, como si se hubiese encontrado allí.
Lo habían buscado.   Esos ojos verdes que rogaban la muerte a alguien que no estaba allí, lo habían buscado.
Caminó en círculos alrededor de los cristales del suelo. Él no había estado allí, ¿por qué ella le miraba? A todo esto, ¿quién era ella?
Lucien se pasó las manos por la cabeza y desordenó sus cabellos mientras buscaba en su propia mente, entre sus propios recuerdos.
Esos ojos verdes, ese brillo de las lágrimas, esa suplica…
Continuó paseando por la biblioteca como un animal enjaulado. Caminando y deshaciendo el camino.
“—Traed agua para limpiarla, no quiero sangre seca sobre ella.
Un monje le acercó un cubo del que colgaba un trapo. Lo dejó a su lado y se apartó. Ni siquiera lo miró. Permaneció quieto y con la cabeza oculta en la capucha del hábito, esperando.
— ¿Quiere que la limpie?preguntó el monje. Su voz temblaba, incapaz de ocultar el miedo que estaba sintiendo.
No vais a tocarla gritó Rowland enfurecido a apenas unos centímetros del rostro del monje que se asustó tanto que tropezó en su huida y cayó al suelo.
Padre nuestro…rezaba el monje mientras se arrastraba lejos de Rowland.
Ninguno de esos monjes salidos iba a tocarla. Ella era suya. Sin embargo, la idea de limpiarla él mismo tampoco era de su agrado. La solución apareció a sus ojos al mirar hacia la derecha. A ella aún no la habían tocado. Rowland caminó hacia una mujer. Agarró las llaves que colgaban de su cinto y abrió los grilletes que la sujetaban a la pared.
Límpiale la sangre secale ordenó señalando con la mano el cuerpo de la joven.”
Miró desorientado a su alrededor. Se había detenido de nuevo. Como si el tiempo se detuviera mientras veía los retazos de imágenes.
 —Convoco a…— Lucien detuvo sus palabras.
No podía convocar los poderes de la espada. No podía utilizar su magia.  No cuando  el obispo Gardiner  estaba removiendo todo el reino en busca de brujas. Quizás no fuera el mejor momento para meterse en problemas. Debería permanecer escondido y esperar el paso del tiempo. Un escalofrío le recorrió de arriba abajo, aquellos ojos verdes que le perseguían no iban a esperar a que todo pasase.
Esta es mía—. Las manos de Rowland acariciaron la piel ensangrentada a causa de  las heridas. Sus ojos se cerraron, mostrando placer por el contacto. Con sus manos manchadas de sangre, siguió acariciando el cuerpo desnudo e inerte de la joven. Manoseó los delicados pechos y  pellizcó los rosados pezones de la mujer, cubriéndolos de rojo. La diminuta gota  de sangre que resbaló por el vientre femenino y se perdió en su ombligo, la mano de Rowland extendiéndola.  La joven levantó la cabeza y le miró”.
Lucien retrocedió, huyendo de su mirada.
Buscaría a Rowland y lo descuartizaría vivo. La idea le reconfortó, en demasía quizás, pero poco le importaba en esos momentos volver al pasado, después de todo, el pasado ya estaba volviendo sin él buscarlo. Sin embargo, la desilusión se abrió pronto paso. Si acababa con Rowland nunca la encontraría a ella. Y aunque fuese un cadáver ya, se merecía descanso. 

Cap 1

El sol comenzaba su descenso hacia el horizonte y el viento no mecía los pastos de las praderas, no había pastos. El invierno aun no había llegado a su fin. Este año parecía haberse quedado en las highlands un poco más. El frio viento y las nubes amenazando tormenta no querían abandonar aquellas tierras. Algo las seguía reteniendo un poco más y Anthony McKlain sabía qué era ese algo, quién era ese algo, lo que no sabía, y eso le preocupaba, era el porqué.
Durante los últimos días, mientras cabalgaba entre las aldeas del clan, había oído a los aldeanos lamentarse del largo invierno. Hacía semanas que el tiempo debía haber cambiado, casi no quedaban pastos para el ganado, los víveres almacenados para el invierno casi se habían terminado. La situación comenzaba a ser preocupante. Era bien conocido por todos el mal tiempo de Escocia pero aquello ya era extraño.
El joven McKlain y  doce de sus mejores guerreros cruzaban la última aldea antes de llegar a casa, cuando una niña  vestida con ropas harapientas y malolientes abordó su caballo. La montura ni siquiera se movió cuando la cría se agarró a su pata, a penas si alcanzaba la bota de Anthony que colgaba de la silla.
—El señorito McKlain ha vuelto, él traerá la dicha – gritó la pequeña, sin soltar la pata del caballo.
Inmediatamente una mujer algo mejor vestida se acercó a la niña y con la cabeza baja, le habló.
—Perdone mi señor — la mujer quiso retirar a la niña que seguía agarrada a la montura, pero esta se aferraba a ella como si fuese su salvación – empieza a escasear la comida.
No lo has visto, siempre que él vuelve sale el sol – insistía la niña, hablando con la cara pegada a la pata del enorme corcel de guerra –. Señorito no se vuelva a ir. No nos abandone más.
—No digas esas cosas, él no puede hacer nada. Nadie manda sobre el tiempo— le reprendió la mujer a la niña. Volvió la cabeza hacia Anthony y sin mirarle se disculpó —.  Perdone la insolencia de mi hija, será castigada si lo deseáis.
—Déjala ir…
Por que castigar a alguien que decía la verdad”, pensó Anthony.
Nadie mandaba sobre el tiempo, nadie mandaba sobre el tiempo…
—¿Dónde estás? —  se preguntaba Anthony cada vez más preocupado.
Llevaba varios meses fuera de casa. Meses en los que las contiendas con los ingleses no le habían dejado mucho tiempo para pensar en ella. Aún les quedaba una noche más antes de llegar a la fortaleza del clan, a su casa. Entonces averiguaría lo que estaba pasando.
Pero una extraña sensación estaba recorriendo  su cuerpo. La preocupación empezaba a martillear su cabeza. Ya no era una inquietud normal, cada poro de su piel desprendía ansiedad.
Desmontaron a la salida del pueblo. Él y sus hombres pasarían la noche allí, en un cobertizo. El cielo aseguraba tormenta y sus hombres no se merecían dormir a la intemperie una vez más. Las noches en el campo de batalla ya habían terminado y los pocos guerreros que aun le acompañaban le seguirían hasta Stongcore. El resto se habían ido quedando en las aldeas que atravesaban.
Como hijo del señor de aquellas tierras, tenía el deber de dejar a los guerreros que le había acompañado en las batallas y arriesgado su vida bajo el estandarte de los McKlain, en sus respectivas aldeas.  
Entre los deberes del hijo y heredero del laird,  también  se encontraba comunicar las bajas entre sus filas. En ese caso debía asegurarse de que la familia del difunto tenía medios suficientes como para salir adelante. Como hijo del jefe del clan debía garantizar el bienestar de su pueblo y aun más el de las familias de los soldados que combatían a su lado.
Los hombres habían estirado en el suelo, sobre la paja, el manto McKlain y esperaban tendido sobre él a que las mujeres de la aldea trajesen comida. Minutos más tarde aparecieron varias mujeres portando platos con carne asada, mendrugos de pan y vino.
—Siento que no sea mucho, pero ya apenas tenemos comida, señor – se disculpó la mujer. Las demás permanecían apartadas con la cabeza baja sin levantar la mirada.
—Es suficiente. No te apenes mujer. Gracias por compartirla con nosotros.
—Gracias por su benevolencia. Nos alegramos de su vuelta.
Las mujeres abandonaron el establo y los hombres comenzaron a comer y a beber con ansia.
Anthony permanecía de pie mirando por la ventana hacia el cielo.
“Algo no marcha bien, el invierno no se va y las aldeas están sufriendo penalidades. Donde estas…”
                                                            

******
—Mi lady vuelvo a hacerle el mismo ruego de las últimas semanas, por favor debe comer. Deje de llorar y coma algo – la doncella se volvió hacia la enorme cama que presidia la habitación. Su lecho estaba vacío. Nadie había dormido en ella nunca. Sentada en el suelo, a los pies de la cama, había una joven llorando. La doncella le apartó los cabellos rojizos de su rostro y los mantuvo entre sus dedos para verle la cara, pálida, sus ojos rojizos del llanto y esas lágrimas… unas lagrimas que no paraban de caer.
La criada, apenas una niña, había rezado y rogado al cielo por que su joven ama dejara de llorar al menos mil veces en las últimas semanas y sin resultados. No entendía como no había muerto, no comía, no se movía, solo lloraba y lloraba. Un día se sentó a los pies de la cama, se agarró las rodillas, ocultó su rostro entre ellas y comenzó a llorar. Llevaba así desde entonces, no había parado ni para comer, ni dormir, hasta sus necesidades biológicas había desaparecido, solo lloraba, a veces, el llanto se oía por toda la torre, incluso las personas que paseaban por la calle se paraban a escuchar. Otras, solo era un sollozo, pero nunca cesaba.
La joven sirviente seguía suplicando  aunque ya no estaba segura ni siquiera de que la oyera. Sin embargo, resuelta a no abandonar a su ama, seguía insistiendo. Como cada vez, colocó la bandeja con la comida en el suelo junto a ella y abandonó la habitación con la triste certeza de que cuando volviera, la comida seguiría intacta. No había probado bocado en las últimas semanas y nada hacía presagiar que esta vez fuera diferente.
Cuando la puerta se hubo cerrado, sabiéndose sola, levantó la cabeza y miró hacia el cielo a través de la ventana.
—Apenas me quedan fuerzas… — susurró —  espero que entiendas, no puedo hacer más.
Tras aquellas leves palabras, su llanto se hizo más fuerte. Tan fuerte que los aldeanos que pasaban bajo la torre, elevaron una plegaria al cielo por el alma de aquella mujer.
Después el silencio se adueñó de todo  durante unos momentos antes de que volviera a llorar. 


*****


Anthony caminó hacia la puerta, absorto en sus pensamientos. El frio viento golpeó su rostro al abrir la puerta, como una bofetada. Meció su abundante y ondulado cabello negro, gotas de lluvia salpicaron su rostro y el trueno le estremeció. Un escalofrío recorrió su metro noventa de estatura, y sacudió su musculoso cuerpo.
El invierno era su tristeza, el viento le trajo su llanto, la lluvia sus lagrimas y el trueno su dolor, estaba seguro de ello, no era delirio.
—Greg —  gritó. Un hombre fuerte y de tez oscura se levantó de un salto y corrió hacia afuera. – Asegúrate de que los hombres coman y descansen y seguid el camino en cuanto amanezca.
—¿Qué vas a hacer? – le preguntó.
—Tengo que volver a casa esta misma noche. – la voz de Anthony sonó alterada aumentando la preocupación de su amigo.— Quédate con ellos y asegúrate de que no se metan en líos. Nos vemos mañana.
Ni uno pidió explicaciones ni el otro las dio, con los años habían aprendido a hablarse sin palabras, a confiar el uno en el otro. Greg había aprendido a creer en las corazonadas de Anthony y a no pedir explicaciones.
         Anthony McKlain volvió a montar su corcel.
—Ya sé que estas cansado, pero ahora te necesito – le  habló al caballo— Corre cuanto puedas, llévame a casa.
Hombre y bestia, pasaron a formar un solo ser, una unidad  desapareciendo en la oscuridad de la noche. No había luna, y si la había, la negrura de las nubes no la dejaban salir. No obstante, tampoco la necesitaban.
Trueno conocía bien el camino de vuelta a la fortaleza McKlain, no necesitaba la luna para ver, galopaba en la oscuridad. Ahora no estaban solos, su presencia se hizo notar en la inmensa oscuridad que lo cubría todo. Sintieron el viento cambiar de dirección y ahora, parecía empujarlos para acelerar su paso.  
   “Ya vamos a tu encuentro”
Cabalgaron toda la noche sin descanso, el viento a su favor y la lluvia en su contra…, sus lágrimas.
Comenzaba a amanecer y aun no se veía Stongcore. El cansancio comenzaba a doblegar sus fuerzas.
“Una colina más y la veremos aparecer. Animo muchacho, ya es nuestro.”
Trueno hacía rato que había aminorado la marcha, necesitaba descanso, dos días de marcha  y la tormenta estaba haciendo mella en él.
Como Anthony había prometido, tras la próxima colina apareció Stongcore. Una edificación imponente de piedra gris, rodeada por una enorme muralla. La fortaleza pertenecía al clan McKlain desde hacía ya siglos, cada laird había aportado algo a la edificación, la muralla que ahora rodeaba la parte sur era obra del actual laird, el padre de Anthony. Las contiendas con otros clanes le había hecho fortificar los puntos débiles, El laird Kennet había sido un joven guerrero dispuesto siempre para la batalla, ello había hecho que las tierras del clan prosperaran de manera notable. Los años le habían hecho volverse más tranquilo, aunque seguía siendo un hombre de armas tomar, aun provocaba temor con tan solo levantar la voz.
 Actualmente las esperanzas de Stongcore estaban puestas en Anthony, había sido entrenado en el campo de batalla, e instruido en las obligaciones de un laird para con su clan. En los años que el clan McKlain llevaba en paz, se le había permitido unirse al ejército de  Robert Bruce y aumentar así su entrenamiento. La fama adquirida como guerrero temerario le había convertido en un héroe para los aldeanos de las Highland y un atractivo partido para los laird vecinos con hijas casaderas.  
Anthony detuvo a Trueno sobre la colina. Necesitaba ver de lejos la fortaleza y comprobar si algo sucedía en ella. El puente levadizo estaba bajado, la fortaleza no corría peligro. Si todo estaba en orden, estaba enferma.
Con el pensamiento en la mente incitó a Trueno a agotar sus últimas fuerzas y llegar cuando antes a casa.
Los guerreros que vigilaban en la muralla rompieron a gritos y vítores cuando Trueno cruzó a galope el puente y se detuvo en la plaza frente a la puerta principal. Ignorando toda bienvenida y cegado por la desesperación, se abrió paso entre los habitantes del interior de la muralla que comenzaban a amontonarse a su alrededor para  mostrarle su alegría por su vuelta. Para él no había vítores, ni gritos de alegría, su corazón estaba contraído por la preocupación, por el miedo. Anthony corrió hacia el interior de la casa.
Nadie le esperaba, nadie sabía que estaba en tierras del clan.
Kennet McKlain, el señor del clan y padre de Anthony se apresuró a su encuentro, emocionado por tan repentina aparición de su hijo. El joven McKlain ni siquiera le vio, su mirada, su preocupación, su ira, su desesperación estaban fijas en las escaleras de la torre, nadie bajaba a verle, no se oyeron pasos. Tras unos segundos de espera, segundos que parecieron horas, corrió escaleras arriba.
—Anthony – gritó Kennet. No hubo respuesta y corrió tras su hijo. No entendía que pasaba. Un fuerte golpe le hizo detenerse.
Anthony estaba de pie frente a una puerta destrozada en el suelo.

—¿Dónde está? ¿Dónde está? – preguntaba frenético.
—Aquí no. Las noticias vuelan. Está en su nuevo hogar. – le contestó su madre. – Me alegro de tenerte en casa.
— ¿Y tus hombres? ¿Han caído en batalla? – las preguntas brotaban de la boca de su padre una tras otra sin descanso, la vuelta de su hijo solo le había preocupado.
—Mis hombres están bien, ha habido solo una baja. Pero ¿dónde está ella?

Margaret McKlain alzó los brazos para abrazar a su hijo, la euforia la embargaba y Anthony ni se inmutó. Margaret abrazó a una piedra.
—Está en el clan McDouglas. Pronto será la esposa de Liam McDouglas.
Los ojos de Anthony se encendieron como llamas por la furia que albergaba. No quería pensar, no podía pensar, la furia no lo dejaba pensar, crecía y crecía en su interior. Varios truenos sonaron en la lejanía, truenos ahora distantes.
“No temas, pequeña, todo se arreglará. Te lo prometo y sabes que Anthony McKlain no rompe una promesa”.
—Anthony, ven conmigo, tenemos que hablar. – la suave voz de su madre le trajo de vuelta  — yo te lo explicaré.
—No es tiempo de esas tonterías. Necesito hablar con él.
—No voy a ningún lado hasta que alguien me explique. – demandó Anthony a gritos.
—Cálmate, hijo mío. No puedes hacer una escena.
—Madre habla… Padre que locura has cometido. – Anthony apenas podía articular palabra, la ira le estaba consumiendo.
—Kennet, dame dos minutos con él. —  suplicó su madre.
—Acaba pronto, mujer, quiero hablar con él. Daré las órdenes para que prepararen la comida de bienvenida.
Margaret McKlain, era una dulce mujer de cabellos blancos a pesar de no ser muy mayor de edad. Su piel era suave y sonrosada y las arrugas comenzaban a marcarse. Su voz era especial, transmitía dulzura y serenidad.
—Trae algo de comer – ordenó a una joven que se cruzaron en el camino.
—No quiero comer, quiero saber donde está
—Comerás.
Nada más llegar a la sala, la mesa se llenó de carne asada, mantequilla, panes, vino y fruta.
—La comida no me va a entrar, apenas me llega aire a los pulmones. —  Anthony  se pasó ambas manos por el cabello,  y comenzó a pasearse por la sala.
—Llevo años observándote y aunque durante estos años he buscado razones lógicas para lo que veía, hoy las has deshecho todas, en un momento has confirmado mis sospechas.
—Madre…— Anthony miró a su madre, desconcertado, jamás hubiese pensado que alguien lo hubiera notado.
—Sé muchas cosas y las he callado por el bien de todos.
—Madre, yo no sabía… — la culpa comenzaba a roerle por dentro. Todo su autocontrol se estaba yendo al traste. Había perdido los estribos al saber que ella no estaba. Había dejado al descubierto muchas cosas. Para él todo eran emociones nuevas y no estaba seguro de poder controlarlas.
—Come y déjame hablar. Antes de tu marcha, el laird del clan McDouglas ya había pedido a tu padre su mano. Kennet no se decidía, no había sabido nunca nada de ese clan y le parecía pronto. Pero Liam insistía e insistía, ofrecía cosas y regalos, como has visto la comida escasea y… — Margaret hizo una pausa, no estaba planteando bien las cosas, dicho así parecía una venta, un trueque y en cambio era un buen partido, ella se iba a casar con un laird.
¿Por qué nadie me dijo nada? – Anthony dio un golpe en la mesa con su puño. 
—Come – fue la respuesta serena de su madre. La furia de Anthony no parecía afectarle. — Tú no eres nadie para decidir eso, deciden los lairds y tú aun no lo eres. Tu padre decidió que era una buena ocasión para ella. Un mes después de tu marcha tu padre aceptó.
—¿Qué dijo ella? – no debía haber preguntado, no estaba preparado para oír la respuesta.
—No protestó, acató la decisión de tu padre, como deberías hacer tú.  — le comentó su madre. Las últimas palabras sonaron  como una orden, no había ese tono suave que Margaret había usado durante toda la conversación.
Por lo que era capaz de sentir, ella no podía estar bien allí, de eso estaba seguro.
—Hace un  mes, volvió Liam— siguió contando su madre — y quiso que ella fuese a hacerle una visita. Tu padre la mandó con diez hombres y sus doncellas. Hace unas semanas  empecé a preocuparme porque no volvía y mandé a un hombre de mi confianza. Aun espero su vuelta.
—Yo mismo iré a buscarla, ahora mismo. – Anthony se levantó de la mesa de un salto, la determinación de su decisión no tomó por sorpresa a su madre.
En el patio comenzó a levantarse de nuevo el alboroto. Anthony caminó hacia la ventana. Tal vez el aire le refrescase. La gente se amontonaba alrededor de unos hombres a caballo.
—Maldita sea, mis hombres han llegado. Greg nunca me obedece. Esta vez me las pagará. – Anthony golpeó el alfeizar con el puño.
—Volviendo al tema. En otra ocasión te pediría que abandonases tu descabellada idea de viajar hasta territorio McDouglas sin haber dormido en toda la noche pero si te sientes con fuerza, tienes mi permiso para marchar. Estoy muy preocupada.
—No te preocupes, estoy listo. Voy a bajar a pedir explicaciones al zoquete de Greg y luego partiré.
—Gracias hijo mío. Que Dios te de fuerzas para este nuevo viaje.
Margaret abrazó a su hijo, su cabeza descansaba en el pecho de Anthony y éste le deposito cariñosamente un beso en el cabello.
—Yo te la traeré de vuelta.
Y dicho esto se dirigió hasta el patio con la intención de sermonear a  Greg por no acatar sus órdenes. Al llegar al portón de entrada vio que su caballo ya no estaba en el patio donde él lo había dejado, estaba seguro de que algún mozo de cuadra se estaría ocupando de Trueno. Esbozó una leve sonrisa, ese animal se merecía un descanso.  
    Greg se separó del grupo y se acercó a Anthony en cuando le vio salir de la casa.
—Una vez más. No me hiciste caso. No sé porque me sorprende, siempre haces lo mismo. — le dijo con una ligera sonrisa.
—En cuanto les dije a los hombres que había vuelto sin descansar, decidieron hacer lo mismo. – Greg se encogió de hombros en aptitud inocente. – y bien, ¿has solucionado las cosas?
—No, aun no. Mi “cosa” esta en el clan McDouglas.
—Y piensas salir corriendo hasta allí. Eso está bien lejos.
—Sí, ¿porqué?, ¿piensas seguirme?
—Tal vez.
—Entonces será mejor que comas algo, que en eso ya te llevo ventaja.
—Comeré por el camino. ¿Cuándo nos vamos?
—Ya.
—En ese caso cambiaré de montura, no quiero reventar a mi caballo.
—Me parece buena idea, te veo en las caballerizas. – no quería cruzarse de nuevo con su padre. Sin lugar a dudas no aprobaría su salida y no estaba dispuesto a perder el tiempo en discusiones. Ya acataría las discusiones y las consecuencias cuando ella estuviese allí.

Entre los muros de Stongcore se preparaba la fiesta de bienvenida. Todo era poco para los héroes de la batalla, gracias a su participación se había conseguido erradicar a los ingleses de las Highland. Las mesas se llenaban de los mejores platos, el mejor vino y los mejores postres. La escasez ya no se notaba en las mesas.


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—Maldita seas mujer, deja de llorar. – aquel hombre le doblaba en tamaño, su voz era pura cólera, pero ella ni siquiera le oía. Permanecía sentada en el suelo a los pies de su cama, abrazada a sus rodillas y con el rostro hundido entre ellas. Su llanto hacía enfurecer cada vez más al hombre que había entrado en la habitación, pero a ella parecía no importarle.
Una mano agarró fuertemente su brazo, le hacía daño, la zarandearon ordenándole nuevamente que cesara su llanto, no obstante su mente estaba ajena a todo. Alzó su rostro hasta mirarle a los ojos,  y recibió un fuerte empujón que la dejó tirada en el suelo. Una vez más, no hizo intento de moverse, permaneció en la misma postura en que había caído, sollozando.
—Parece un muerto – murmuró uno de los guardias de la puerta.
— Morirá llorando, jamás le permitiré que abandone mis tierras. – tras estas palabras un golpe le indicó que la puerta se había cerrado, de nuevo estaba sola.
Ya no tenía fuerzas para buscarle, ya no podía hacer nada. Sus energías habían llegado al límite, si intentaba algo más, no estaba segura de que pudiera seguir viviendo para esperarle.

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