jueves, 6 de septiembre de 2012

Cap 1

Londres, Inglaterra.

Aquel nunca había sido uno de sus dones. Podía leer el pensamiento de los demás si lo buscaba, pero jamás un contacto accidental había hecho algo así.
Buena noche, Barlayle felicitó Rowland caminando hacia la salida del club.
Tan solo fue un cordial saludo. Una simple palmada en la espalda para felicitarle por una buena partida de cartas y todo su ser se encogió ante el estruendo de imágenes que invadieron su cabeza.
Lucien Laverty, conde de Barlay, no pudo contestar, se había quedado paralizado. Mudo por la crueldad de aquellas escenas.
Todos los miembros del club conocían la inclinación de Rowland por golpear a las mujeres. No era ningún secreto, pues él mismo se jactaba con frecuencia de ello. Sin embargo, lo que Lucien había visto, iba más allá de una actividad sexual.
Nadie le vio recorrer en un solo paso los casi diez metros que ya le separaban de Rowland. Amparado en la escasa luz de la entrada al club de la calle St James y ayudado por las borracheras de la mayoría de los miembros que lo abandonaban, Lucien utilizó su magia para recuperar los segundos que el atropello de imágenes sin sentido le habían hecho perder. Buscó un segundo contacto.
Rowland estaba subiendo a su carruaje cuando Lucien se abalanzó sobre él, en un tropiezo fingido. Necesitaba algo más que el contacto de una palmada. Con sus dos manos apoyadas sobre la espalda de Rowland,  se empapó de aquellas escenas que segundos antes solo había vislumbrado.
— ¿Pero qué diablos?… ¡Barlay!—le reprendió Rowland enfurecido, sacudiéndose de encima las manos de Lucien como si fuese a mancharle.
—Creeo… que  me… iré…  a  dormir—le contestó Lucien arrastrando las palabras, en un intento de parecer tan borracho como los demás.
Rowland ni siquiera se molestó en contestar. Seguía empeñado en deshacerse del contacto de  Lucien. Sus manos seguían sacudiendo el lugar donde él le había tocado. Con una mueca de asco en su rostro, entró en el carruaje y golpeó el techo, indicándole al cochero que podía partir, poco le importaba un conde borracho.
Lucien, se irguió, se colocó su capa sobre los hombros y caminó hacia la oscuridad de la noche.  Hacia  las sombras producidas por las mansiones y los callejones. Ya tenía lo que buscaba. Nada le retenía en ese lugar. Así que se dejó llevar por el viento y sus moléculas se separaron hasta desmaterializar su cuerpo.
Sus células volvieron a unirse formando un cuerpo sólido en la biblioteca de su mansión. Nada más tomar consistencia su mente vagó por los recuerdos que había absorbido de Rowland.  
 “—No, he hecho nada…  por favor suélteme.
Bruja, eres una bruja… confiesa le gritaba Rowland.
Ahh  el grito de la joven desgarró el silencio. Rowland había golpeado su espalda con un látigo. Una segunda sacudida estremeció el cuerpo de la joven antes de desmayarse.
Esperad a que despierte  ordenó Rowland —. Mientras seguid con las demás.”
Las imágenes se  cortaron. Lucien terminó de dar un paso. No se había dado cuenta de que se había detenido. La escena le había inmovilizado. Tomando todo control de su cuerpo. Respiraba con lentitud y profundamente.
Una copa, necesita un buen trago, se dijo. Caminó hacia la mesita con las bebidas y tomó una botella de whisky y un vaso. El líquido ambarino descendió de un golpe por su garganta. Se ahogaba. Necesitaba otro. Volvió a llenar el vaso y a vaciarlo con rapidez.
Esta es mía—. Las manos de Rowland acariciaron la piel ensangrentada a causa de  las heridas. Sus ojos se cerraron, mostrando placer por el contacto. Con sus manos manchadas de sangre, siguió acariciando el cuerpo desnudo e inerte de la joven. Manoseó los delicados pechos. El rostro de Rowland mostraba placer, el de Lucien repulsión. Siguió contemplando, como espectador involuntario, las manos de  Rowland pellizcando los rosados pezones de la mujer, cubriéndolos de rojo. Los ojos de Lucien siguieron el camino de una gota de sangre que resbaló por el vientre femenino y se perdió en su ombligo. Tan solo había parpadeado y en ese tiempo, ese diminuto camino había sido extendido por la asquerosa mano de Rowland.  La joven levantó la cabeza y le miró horrorizada. Sus ojos verdes cristalinos, miraron más allá de su torturador, más allá de todo cuanto veía
Miraron directamente a los ojos de Lucien y rogaron la muerte.
Sacudió la cabeza y la imagen desapareció de su visión. Esos ojos miraban a Rowland, se dijo, tenía que ser así. ¿Cómo iban a mirarle a él?
Inclinó la botella para llenar el vaso de nuevo, pero no había botella, ni tampoco vaso. Los cristales estaban incrustados en su piel. Había apretado con tanta fuerza sus manos que la botella  y el vaso se habían  hecho añicos. Se miró las manos, temblaban. Sus músculos estaban tan contraídos que su piel estaba pálida y los cristales atrapados entre ellos. Tiró con fuerza de un trozo. No sentía dolor ninguno en la mano aunque la herida era profunda. Observó hipnotizado el descenso de una gota de sangre que se escurrió del cristal y volvió al interior de su cuerpo. Ni una gota abandonaría sus venas, en cambio en ella no era así. La sangre humana se derramaba en cada herida. Rowland había extendido ese líquido rojo por todo su cuerpo con un deleite monstruoso.
—Puedo estar así todo el tiempo que deseesle susurró con lascivia al oído. Disfrutaré cada segundo. Rowland acompañó sus palabras con un movimiento de cadera que colocó su miembro erecto junto a la pierna femenina. Las cadenas rugieron cuando ella intentó apartarse.”
La escena desapareció de su cabeza y Lucien veía de nuevo sus manos. Cerradas y  con los cristales sobresaliendo de ellas a través de su piel. Por un momento, pensó en su hermano. Solo Marcus era capaz de crear imágenes sobre la palma de la mano. Observó su puño, no su palma. La única imagen allí estaba en su cabeza.  Tiró de un nuevo trozo de la botella sin ni siquiera abrir sus  dedos. En aquellas manos no había dolor ni sangre.  Abrió los puños y miró, extrañamente sosegado, los restos de la botella y del vaso que aún estaban en él. La herida producida por la extracción del anterior trozo ya había cerrado, y la otra llevaba el mismo camino. Uno a uno se quitó los cristales y los arrojó al suelo. Los contempló a sus pies, sobre la alfombra. Todos limpios, sin una mancha roja.
“—No me importa si confiesas o no. Puedo mantenerte viva durante días. Tardaré mucho en cansarme de acariciar este precioso cuerpo.
Las palabras de Rowland se mezclaban con el rechinar de los grilletes. La única protesta de ella. De sus labios no saldría ni una palabra de suplica, no le daría ese placer. Sus ojos le miraron desafiantes y Rowland le apartó la mirada con un bofetón en la mejilla. Los dientes de ella mordieron la comisura de sus labios tragándose la sangre.
Eso es míogritó Rowland, apoderándose de los labios con su boca en un beso posesivo y doloroso.
Los ojos de la mujer se movieron buscando. Cuando hallaron lo que buscaban, una lágrima rodó por su mejilla.”
Lucien dio un paso atrás sorprendido. Sus ojos lo habían buscado, como si se hubiese encontrado allí.
Lo habían buscado.   Esos ojos verdes que rogaban la muerte a alguien que no estaba allí, lo habían buscado.
Caminó en círculos alrededor de los cristales del suelo. Él no había estado allí, ¿por qué ella le miraba? A todo esto, ¿quién era ella?
Lucien se pasó las manos por la cabeza y desordenó sus cabellos mientras buscaba en su propia mente, entre sus propios recuerdos.
Esos ojos verdes, ese brillo de las lágrimas, esa suplica…
Continuó paseando por la biblioteca como un animal enjaulado. Caminando y deshaciendo el camino.
“—Traed agua para limpiarla, no quiero sangre seca sobre ella.
Un monje le acercó un cubo del que colgaba un trapo. Lo dejó a su lado y se apartó. Ni siquiera lo miró. Permaneció quieto y con la cabeza oculta en la capucha del hábito, esperando.
— ¿Quiere que la limpie?preguntó el monje. Su voz temblaba, incapaz de ocultar el miedo que estaba sintiendo.
No vais a tocarla gritó Rowland enfurecido a apenas unos centímetros del rostro del monje que se asustó tanto que tropezó en su huida y cayó al suelo.
Padre nuestro…rezaba el monje mientras se arrastraba lejos de Rowland.
Ninguno de esos monjes salidos iba a tocarla. Ella era suya. Sin embargo, la idea de limpiarla él mismo tampoco era de su agrado. La solución apareció a sus ojos al mirar hacia la derecha. A ella aún no la habían tocado. Rowland caminó hacia una mujer. Agarró las llaves que colgaban de su cinto y abrió los grilletes que la sujetaban a la pared.
Límpiale la sangre secale ordenó señalando con la mano el cuerpo de la joven.”
Miró desorientado a su alrededor. Se había detenido de nuevo. Como si el tiempo se detuviera mientras veía los retazos de imágenes.
 —Convoco a…— Lucien detuvo sus palabras.
No podía convocar los poderes de la espada. No podía utilizar su magia.  No cuando  el obispo Gardiner  estaba removiendo todo el reino en busca de brujas. Quizás no fuera el mejor momento para meterse en problemas. Debería permanecer escondido y esperar el paso del tiempo. Un escalofrío le recorrió de arriba abajo, aquellos ojos verdes que le perseguían no iban a esperar a que todo pasase.
Esta es mía—. Las manos de Rowland acariciaron la piel ensangrentada a causa de  las heridas. Sus ojos se cerraron, mostrando placer por el contacto. Con sus manos manchadas de sangre, siguió acariciando el cuerpo desnudo e inerte de la joven. Manoseó los delicados pechos y  pellizcó los rosados pezones de la mujer, cubriéndolos de rojo. La diminuta gota  de sangre que resbaló por el vientre femenino y se perdió en su ombligo, la mano de Rowland extendiéndola.  La joven levantó la cabeza y le miró”.
Lucien retrocedió, huyendo de su mirada.
Buscaría a Rowland y lo descuartizaría vivo. La idea le reconfortó, en demasía quizás, pero poco le importaba en esos momentos volver al pasado, después de todo, el pasado ya estaba volviendo sin él buscarlo. Sin embargo, la desilusión se abrió pronto paso. Si acababa con Rowland nunca la encontraría a ella. Y aunque fuese un cadáver ya, se merecía descanso. 

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